lunes, 29 de octubre de 2007

Las ideas y la voz de Jelinek

Elfriede Jelinek, La palabra disfrazada de carne, Gato negro, Colec. Peces de papel, Selec. y Pról. Hedwig Weber, México, 2007, 205 pp.

Pocos días antes de “recibir” el premio Nóbel de Literatura en 2004, Elfriede Jelinek (Austria, 1946) fue objeto de un largo homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes (y escribo “recibir” dado que por su conocida fobia social no fue a Estocolmo a recibirlo propiamente dicho). Al final del acto se transmitió un video de Jelinek grabado exclusivamente para presentarse esa noche: se refirió, por ejemplo, a la Ciudad de México como el lugar que nunca pisaría pues si no puede relacionarse con un grupo de personas, mucho menos podría hacerlo con los 20 millones de habitantes de esta gran urbe, y condenó los crímenes de odio en Ciudad Juárez, Chihuahua. Ahora, con la edición exclusiva para México de la reunión de algunos de sus ensayos escritos en los últimos años (de 1997 a 2006), confirmo mi impresión de que Jelinek tiene una particular atención por nuestro país. Lo dicho en ese video está ahora en el texto fragmentado con que cierra La palabra disfrazada de carne.

En su introducción, Jelinek explica por qué esta es una edición exclusiva para México: para empezar, no permitiría que estos ensayos fueran reunidos en alemán (un gesto tan propio de Bernhard quien prohibió la publicación de su obra en su país por muchos años contando a partir de su muerte). Luego, porque no hay una ninguna correspondencia profunda entre uno y otro dado que los temas son como objetos que, dice, ha “escogido” de forma arbitraria no para describirlos ni mucho menos para analizarlos si no simplemente para circunscribirlos (a esto también hace referencia el compilador, Herwig Weber, cuando confiesa la dificultad para organizarlos en el tomo: “el objeto es difícil de capturar y se esfuma, los temas interactúan en los ensayos de la premio Nóbel y el conjunto de sus textos crea una red de temas y caminos que el lector decidirá si recorre o no”). Pero fuera de ese contexto, en otra lengua, en otro país y delegada la responsabilidad de ponerles un orden, entonces sí pueden reunirse y viajar dado que su autora no sale siquiera de casa.

“Naturalmente estoy acostumbrada a los ataques, después de haberme expresado en ocasiones acerca de temas políticos en forma demasiado polémica”, confiesa Jelinek en el texto final. Sobre esto último, por ejemplo, acusó al gobierno austriaco de querer minimizar su relación con los nazis lo que la ha convertido en la más polémica de los premios Nóbel de Literatura. Así, las ideas en estos ensayos son igual de estremecedoras que las expresadas, no sin su característica ira, en novelas como Los excluidos, La pianista, Las amantes, Deseo y más recientemente en Bambilandia. En medio del coro de adulaciones que se suceden sin parar en los temas más importantes de la humanidad, la congruencia intelectual, es decir, la voz radical y transgresora de Jelinek incomoda a muchos pero para otros, unos cuantos apenas, es necesaria: sólo ella, y acaso Susan Sontag en Ante el dolor de los demás, alzó la voz contra la guerra en Afganistán primero y luego en Irak, en un libro tan divertido como shockeante, Bambilandia.

A diferencia de muchos otros ensayistas que pontifican verdades absolutas en un tono soberbio, Jelinek sólo apuesta por una independencia artística que le ha permitido decir, escribir y hacer realmente lo que ha querido sin darle importancia a las consecuencias. Libre de cualquier atadura social, como lo ha demostrado fehacientemente en múltiples ocasiones, Jelinek, sin embargo, no sólo no sentencia verdades en estos ensayos si no que incluso critica ese afán tan postmoderno por ser portavoces de la verdad (recuérdese: ella sólo delimita sus objetos, nunca describirlos o analizarlos). Esta libertad intelectual le ayuda para abordar los más variados temas en estos 17 ensayos: desde hablar de su muy particular estilo de escritura y lectura, obras literarias y escritores como Kafka, Brecht y Ionesco, hasta el cine y la ópera (adaptó la cinta Lost Highway, de David Lynch y Barry Gifford, a ópera), su otra gran pasión, la música, y hasta un discurso de apertura de un hospital siquiátrico.

La palabra disfrazada de carne, el título más jelinekeano que haya puesto a uno de sus libros, incluye el discurso de recepción del premio Nóbel de Literatura, “Fuera de lugar”, donde habla de su exilio de la realidad pero también de cómo ésta se infiltra en la obra del creador y lo aparta. Crítica comunista, sorprende que Jelinek sea una escritora comprometida cuando la imagen que proyecta sea la de una misántropa que odia a la humanidad entera, tanto que ni siquiera se relaciona con ella. Jelinek, estoy convencido, es una filántropa frustrada (de seguro no le gustaría esta aseveración mía tan tajante), pero de otra manera no se explica que admita que la lengua –esa lengua que ella destroza y flexibiliza en su obra– nada debe poder hacer contra esta realidad brutal.

Para terminar un par de gestos más: Jelinek ha pedido a sus editores que las ganancias de su libro sean donadas a la APPO y es probable que luego de dejar su tratamiento de antidepresivos así como vencer su fobia social venga a México. Aquí ya la esperamos un reducido pero estruendoso grupo de admiradores.