miércoles, 26 de septiembre de 2007

La cebolla y el ámbar


Günter Grass, Pelando la cebolla, Alfaguara, México, 2007, 445 pp.

A punto de cumplir ochenta años, el escritor alemán, Günter Grass (Danzig, 1927), publicó el año pasado este primer tomo de sus memorias, Pelando la cebolla, que tanta polémica suscitaron por, como él dice, “haber guardado silencio” sobre esos temas que aún hoy en día siguen causando revuelo en el pueblo alemán. Para empezar porque Grass es honesto consigo mismo: desde la primera página advierte lo fácil que sería encubrirse en la tercera persona (“fue, vio, hizo, dijo, calló…”) para hablar de esos temas espinosos: de esa manera evadirlos, darles una importancia menor, dejar de adjudicarle a ese otro que fue la responsabilidad de sus decisiones.


Por eso, cuando se llega al capítulo donde relata cómo, cuándo y a dónde fue, a los quince años, a enrolarse voluntariamente a las Juventudes Hitlerianas, Grass no teme en ser él quien tome la voz. De hecho para eso escribió Pelando la cebolla, para que nadie lo relate a su manera, para que nadie desgaje esa cebolla o consulte el ámbar en su lugar y, así, no haya interpretaciones. Grass quiere ser quien cuente esto. Aunque el muchacho que fue quisiera escudriñarse bajo esa licencia literaria, aquí está este Grass, el que es actualmente, el que asume, firme, las acusaciones que ya prevé. Pero, de ninguna manera, quiere justificarse: “Lo que hice no puede minimizarse como tontería juvenil”, dice, o: “ni se puede decir siquiera: ‘¡Es que nos sedujeron!’”, o lavarse las manos acusando “sustitutivamente a la culpa general”.


En esa interlocución entre el joven y el hombre, éste último simplemente asume por entero lo de ambos: “mis cuitas no son las suyas; lo que no quiere ser vergonzoso para él, es decir, no lo oprime como vergüenza, tengo que sudarlo yo, que estoy más que emparentado con él”. De la lectura de esas páginas deduzco que fue la ilusión juvenil por sobresalir, el deseo de ser alguien (un impulso tan arrebatador que no se puede contener), lo que llevó al joven Grass a ser partícipe de una guerra que les hicieron creer que ganarían. Sí, aunque faltaba muy poco para la derrota alemana, Grass se enroló en las juventudes nazis, obtuvo entrenamiento militar, creyó, como muchos, en el Führer y en el discurso Nazi, y fue soldado de las Waffen-SS, sin embargo, ningún sensato se atrevería a acusarlo hoy de antisemita, colaboracionista o pronazi: sólo esos otros fanáticos podrían hacerlo.


Hay una imagen que se le agolpa en la cabeza cuando continúa la escritura de estas magistrales memorias. Es la de un joven de “barbilla, boca, nariz, frente, dibujados con un solo trazo”, por lo cual merecía “la calificación de ‘pura raza’”, a quien “hubiera habido que darle las máximas calificaciones” y que “hacía sin rechistar lo que se le pedía”. Sin embargo, fue golpeado e insultado por sus compañeros, hartos de soportar los castigos que todos debían pagar por su acto repetitivo de cada mañana: al momento de darle el fusil con el que entrenaban, él lo dejaba resbalar sin razón aparente de sus manos para terminar mascullando “Nosotrosnohacemoseso”. La imagen de ese joven dejando caer su arma no se corresponde con la que Grass le asignaba dado sus características arias y entonces es aquí cuando todo se le revela y Grass duda del discurso: “Su actitud nos cambiaba. De día en día se desmoronaba lo que antes parecía firme”.


Un ejercicio magistral de la memoria, Pelando la cebolla, sin embargo, es más que este polémico acontecimiento. También otros son los sucesos que marcan a quien en 1999 recibió el premio Nobel de literatura: la presencia tutelar de la madre, quien le transmite su gusto por la lectura y la pintura, y gracias a la cual aprende a cobrar las deudas de los compradores en la tienda familiar; el odio profundo por el padre y la indiferencia ante la huidiza hermana y, finalmente, la huida ante el bombardeo y saqueo de su ciudad natal, el exilio en París, y el proceso de escritura de El tambor de hojalata¸ su novela más importante.


Aunque Grass recuerda no haberse cuestionado sobre algunos hechos que pasaban en sus narices, aquí se interroga a sí mismo sobre cada suceso, constantemente recurre a los ámbares para que le develen lo que quedó encapsulado, poco a poco y capa por capa va pelando la cebolla sobre la que se ha acumulado el polvo, para ser fiel en la sucesión de los acontecimientos, ¿qué realmente pasó?... pero esas son imágenes en las que finalmente no se podrá leer ningún pensamiento, no habrá explicación posible.