sábado, 18 de marzo de 2017

La síntesis rara de un siglo loco



Sergio Téllez-Pon, La síntesis rara de un siglo loco, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2017, 180 págs.


A través de estas páginas, Sergio Téllez-Pon ofrece una revisión de la poesía mexicana a partir de un ángulo particular: el homoerotismo. Éste no puede considerarse un tema de menor importancia o de presencia secundaria dentro de nuestra literatura. Por el contrario, es una constante que enriquece la tradición poética y le imprime vitalidad.

La síntesis rara de un siglo loco ofrece un recuento del tema y plantea un recorrido por el trabajo de distintas generaciones, desde la lírica de sor Juana Inés de la Cruz hasta la obra de escritores actuales, incluidos referentes canónicos, como la generación de los Contemporáneos y la contribución del exilio español en México. En esta revisión histórica, el autor deja claro que el tema se ha resuelto mediante una rica sucesión de formas que en modo alguno es homogénea. Por el contrario, cada apuesta poética ha variado con las circunstancias sociales, dando pie a una diversidad innegable: los cantos amatorios, las celebraciones al placer y la introspección solitaria, pero también las actitudes carnavalescas, la lucidez crítica y la ironía que hacen de estas obras piezas fundamentales para reconocer nuestra cultura.

Tomboy


Liz Prince cuenta su historia en Tomboy. Una chica ruda (editorial Alfaguara, 2017) o, para decirlo con otras palabras, ella es una “tomboy”, es decir, una marimacha desde chiquita: prefiere vestir con pantalones, camisas, corbatas y gorras que con vestiditos rosas; tiene el pelo corto y le gusta jugar a las luchitas y a Los Cazafantasmas y en las historias ella quería ser el galán que rescata y despierta a la princesa con un beso, además usa calzones de niño y juega beisbol… En fin, que Liz tiene todo para ser una buena marimacha o machorra. Pero eso, que para una niña podría ser normal dado su inocencia del mundo, causa extrañeza en la demás gente acostumbrada a poner etiquetas y comportamientos a lo que debe ser “femenino”.
            Tomboy es una novela gráfica, de manera que la lectura es más rápida y más divertida pero el propósito es el mismo: hacernos ver a todos los prejuicios y tabús que aún tenemos en torno al género. En un momento, Liz dice que los niños son como las esponjas para lavar los trastes: absorbemos todo aquello que nos enseñan nuestros padres, en la escuela y lo que vemos en los medios, y luego esos niños repetimos y arrojamos esa información al mundo. Así que desde si no te ves y actúas como nos han enseñado desde chiquitos lo que es la norma lo que recibes son comentarios raros o hasta insultos. En ese sentido, Tomboy podría ser una novela que con humor nos pone a pensar en esos problemas de género: lo que está determinado socialmente por ser niña (el rosita de la ropa, jugar a la comidita, ser la que cocina) o ser niño (vestir de azul, jugar a las luchas o a los cochecitos y ser el que provee). Nada de eso, hay que romper con esas barreras.
-->             Además, Tomboy es una fascinante novela gráfica sobre la difícil etapa de la adolescencia, cuando las mujeres empiezan a menstruar, les crecen las bubis y las caderas: Liz no se siente muy a gusto en su cuerpo, ella se niega a crecer y ser mujer, prefiere mantenerse en su apariencia de “niño” o de “chica ruda”. Otra cosa es que a las adolescentes se les enseña a cuidar la virginidad o a perderla, a tener novio o novia, caminar agarraditos de las manos y besarse, pero a Liz eso se le complica porque en la ecuación su apariencia le resta atractivo, así que Tomboy es también una búsqueda de ese primer amor. Finalmente, es una novela gráfica sobre la amistad y la identidad: cuando encuentras al grupo de amigos adecuado en el que ya no te sientes raro, porque todos son raros y todas sus rarezas los hacen tener algo en común. Por todo eso disfruté mucho Tomboy.

sábado, 4 de marzo de 2017

Salón de belleza



Un travesti que atiende un salón de belleza, el cual decora con acuarios de distintos tipos de peces, de pronto se ve en un escenario muy diferente y el lugar se convierte en un moridero. Hasta él vienen a morir personas que están en etapa terminal de “el mal”, como él lo llama. El lugar es eso, un moridero, no una clínica ni un hospital por lo que su responsable, dice, se ha impuesto la regla de no recibir medicinas ni ningún tipo de ayuda que no sea económica para comprar comida. Así, mientras la vida está en las peceras, con peces multicolores, en la sala del antaño salón de belleza la muerte hace su aparición en “cuerpos en trance hacia la desaparición”.

Todo lo anterior es lo que cuenta Mario Bellatin en su novela Salón de belleza (editorial Alfaguara, 2016), originalmente publicada en 1996. La novela abre con una cita al escritor japonés Yasunari Kawabata: “Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo en humana”, y eso explica la actitud del responsable del salón de belleza-moridero quien luego dice: “No sé dónde hemos aprendido que socorrer al desvalido es tratar de apartarlo, a cualquier precio, de la muerte”. En esta novela y específicamente en “el mal” se ha visto una metáfora del sida, pues hay varios guiños fácilmente identificable y en particular porque fue escrita en esos años cuando a los enfermos no los querían recibir en los hospitales o los trataban con desprecio, cuando se sabía que “el mal no tiene cura”, dice el protagonista.

Con esta versión definitiva de Salón de belleza se busca conmemorar los 20 años de su primera edición, ya que hubo un intento por parte de Bellatin de hacerlo con otra editorial pero por varias razones esa edición no fue lo que se esperaba. De manera que es una buena ocasión para releerla, para apreciar su valor literario más allá de que “el mal” hoy en día sea otra cosa muy distinta a lo que era hace apenas 20 años. Porque Salón de Belleza es una novela que ya se considera un clásico contemporáneo de la literatura hispanoamericana.

viernes, 3 de marzo de 2017

"Prorsa y versa" de Gonzalo Rojas


Gonzalo Rojas, Íntegra, edición de Fabienne Bradu, Fondo de Cultura Económica, 2012; Todavía, edición de Fabienne Bradu, Fondo de Cultura Económica, 2015.

La prosa de un poeta, a veces, no se considera dentro de su obra, sin embargo, una y otra establecen relaciones secretas pero estrechas para esclarecer al otro género literario. La obra poética del chileno Gonzalo Rojas (Lebu, Chile, 20 de diciembre de 1916- Santiago de Chile, 25 de abril de 2011), por fortuna, se ha publicado con cierta frecuencia y por lo tanto es bien conocida en el mundo de habla hispana. Las ediciones de sus libros y antologías han circulado con bastante fortuna: pienso particularmente en Antología de aire (FCE, 1995), en principio publicada en Chile pero que llegó hasta nuestro país; también en Del zumbido (FCE, 2004), una bella edición en tres tomos que organiza su poesía temáticamente, y en Duotto. Canto a dos voces (FCE, 2005). ¿Por qué, entonces, publicar su obra poética “íntegra”?
También lo que se ha escrito entorno a su obra ha sido abundante. Por ejemplo, el poeta uruguayo radicado en México, Eduardo Milán, dice: “la poesía de Gonzalo Rojas es un híbrido, un híbrido de hablas. Esto último tiene, por lo menos, dos aspectos. El primero es el aspecto del híbrido especial entre la mímesis del habla cotidiana y el lenguaje de la poesía de invención” (en Antología de aire). Por su parte, Adolfo Castañón en la ya mencionada Del zumbido, escribió: “En Gonzalo Rojas –ya se ha dicho– la oralidad no es gesto sino además imperativo e impulsivo del ahogado que busca el aire. Puede haber desde luego, en la raíz de este ademán –que no aspaviento–, una causa digamos clínica, pero más allá y más acá de esa motivación casi diríase superficial, corre una comprensión del combate que ha de sostener el poeta contra el idioma lapidario, contra la esclerosis, contra los despojos nauseabundos de la elocuencia que lo llevan desde muy temprano a cortarse la lengua y a decirla entrecortada”. ¿La reunión de la poesía de Rojas cambiaría radicalmente la opinión que se tiene de su obra?
Para empezar con las respuestas, hay que decir que nunca es suficiente todo lo que se haga para difundir la obra de un poeta de la altura de Gonzalo Rojas, o lo que es lo mismo, siempre hay que volverla a poner en circulación, al alcance del mayor número de lectores porque su lectura les será deslumbrante, sorpresiva. Sin embargo, a pesar de todas esas publicaciones, la editora del tomo, Fabienne Bradu, hace una observación: “muy escasos son los lectores que tienen en su biblioteca la totalidad de los libros del chileno, y cantidad de sus poemas habían caído en desgracia o en la sombra del olvido”. Por esa razón se hacía necesaria la reunión de toda su poesía por mucho que fuera conocida. Después de leer Íntegra, la visión que tendrá el lector sobre la poesía de Rojas, entonces, será más amplia, más completa.
Por otra parte, Rojas, según dice Bradu en la presentación, “siempre sostuvo que escribiría un solo libro en su vida: éste, que es la suma de todos sus poemas y, al mismo tiempo, el único de su autoría que él no conoció”. Aunque alguna vez, el propio Rojas en su poesía sólo reconoció como suyas “11 líneas, ¿no basta? Lo demás es pura oralidad en estado salvaje, pero –eso sí– no fárrago. Ni memorias, oyentes míos, ni para qué decir obras completas. No haya corrupción”, Íntegra es ese solo libro de 800 páginas con todos sus poemas, los publicados en libros y, al final del tomo, los dispersos que nunca fueron recogidos y los inéditos (por ejemplo, “Festival” poema con el que ganó los Juegos Florales de Iquique en 1935, que puede considerarse su primer poema publicado y que firmó como Gonzalo Mario Rojas Pizarro). Al pie de cada uno de los poemas viene una nota de Bradu sobre el origen del poema (la mayoría de los papeles privados del poeta), dónde fue publicado (si en revista, en libro o no fue recogido o era inédito), un breve comentario curioso de Rojas sobre el poema en cuestión o simplemente la fecha en que fue escrito.
Así, pues, más que cambiar la opinión que se tiene de la obra de Rojas, Íntegra confirma muchas de las que la han elogiado, como las de Milán y Castañón. Desde luego, cada lector encontrará distintas virtudes en esta poesía rica en lenguaje, en temas, en imágenes. Una obra poética sólida que les será cercana, muy familiar, porque no pocas veces les parecerá que les habla algún amigo, un viejo juglar que les quiere contar una ingeniosa historia. Rojas era un poeta cercano a la gente, encantaba a sus oyentes y desechó el mito de que la poesía es un género elevado que pocos entienden y al que pocos tienen acceso.



Luego apareció Todavía, el tomo de su prosa que puede considerarse la continuación de Íntegra, pues hay vasos comunicantes entre uno y otro no sólo porque ambas manifestaciones (“prorsa y versa”, como las llamaba el propio Rojas) provienen del mismo autor sino porque en varias ocasiones en su prosa puede apreciarse un rasgo poético: de hecho, en la primera sección de Todavía se reúnen un puñado de poemas en prosa. Lo primero que llama la atención es que su prosa sea casi tan cuantiosa como su poesía.
Ambos títulos son muy significativos pues el poeta chileno tenía cierta predilección por unas cuantas palabras. Sobre Íntegra, el título general del libro pero que ampara a toda la poesía del chileno, Bradu escribe: “La escogí sobre todo por ser una palabra esdrújula y porque, a mi juicio, su bisemia encierra las connotaciones apropiadas para sellar la obra de Gonzalo Rojas: una poesía honrada, recta, proba, que no transige con ningún otro ámbito ni compromiso ajeno a ella misma”. Si en el Lebu de su infancia a Gonzalo Rojas la pronunciación de “relámpago” le deslumbró y le reveló el conjuro de las palabras, “íntegra” es una palabra esdrújula a las que era tan aficionado (“ese ritmo esdrujulero”, diría él) y “todavía” es un adverbio de tiempo que para el poeta significaba la infinitud, o al menos así lo dice en un poema dedicado al peruano César Vallejo: “El tiempo es todavía,/ la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas/ de todos los veranos, el hombre es todavía”.
            En Todavía hay un par de curiosidades que sin duda llamarán la atención de los lectores de la obra de Rojas: se rescata un de profundis ante el fallecimiento de Ramón del Valle Inclán “este incomparable artífice del vocablo español” que puede considerarse su primera prosa publicada, en 1936, cuando firmaba con su nombre completo, Gonzalo Mario Rojas Pizarro; por otro lado, están dos cuentos “Carta del suicida” y “El rey de corazón” escritos en 1939 cuando, hace notar la editora del tomo, Rojas “solía perder su tiempo en los prostíbulos de Santiago de Chile, entre las filas de la Mandrágora, en soñar con ser un narrador, y andaba en busca de una voz poética y del loco amor”. Aunque había perdido su juventud en los burdeles, como él mismo dice en uno de sus poemas más conocidos, leídos ahora esos dos cuentos parecería que en ellos ya estaba el germen de su voz poética pues creo que pertenecen más a la prosa poética, un estilo literario que estuvo muy en boga en las letras latinoamericanas durante esos años.
El tomo continúa con una miscelánea de prosas diversas: diarios de su estancia en Pekín y notas de viaje a Israel; prólogos a sus libros de poesía escritos con esa oralidad de sus mejores poemas; ensayos y reseñas de poetas tutelares como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, César Vallejo, Octavio Paz y una filosa crítica a los Poemas y antipoemas, de Parra, que los enemistó para siempre; discursos para recibir la avalancha de premios que proliferaron desde principios de los noventa: el Reina Sofía, el Octavio Paz, el Cervantes que lo hicieron decir “estoy hasta la tusa de los premios”. Muchos de estos textos tienen una estrecha relación con sus poemas, varias veces sus prosas esclarecen un poco su poética, iluminan o dan pistas sobre sus poemas. Así, “prorsa y versa” se conjugan para cumplir el propósito de Gonzalo Rojas de silabear el mundo.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Los Contemporáneos en El Universal



Los Contemporáneos en El Universal, introducción de Vicente Quirarte, investigación hemerográfica de Horacio Acosta Rojas y Viveka González Duncan, FCE / El Universal, México, 2016.


Los escritores de la generación conocida como Contemporáneos son muy citados y mencionados en los anales de la literatura mexicana del siglo XX y es por eso que se tiene la impresión de que han sido lo suficientemente leídos y estudiados. Lo cierto, sin embargo, es que a pesar de la abundante bibliografía que existe, de los numerosos estudios y de las ediciones de sus obras, todos los integrantes de esa generación sólo han sido publicados y estudiados a medias. Como sucede con prácticamente todos los escritores que alcanzan la categoría de “clásicos”, son más homenajeados y admirados que leídos.
En ese sentido, una figura tan relevante como la de Antonieta Rivas Mercado goza hoy en día de mucha popularidad gracias a dos biografías suyas A la sombra del ángel, de Kathryn S. Blair, y Antonieta, de Fabienne Bradu, así como a una ópera, Antonieta, un ángel caído, de Federico Ibarra, y a una obra de teatro, Cita en Notre Dame, de Roxana Andrade y Vicente Ferrer. Desde hace un tiempo, Antonieta vive un fenómeno parecido al de Frida Kahlo y sor Juana Inés de la Cruz: sus atormentadas vidas despiertan mucho interés, son objeto de montajes y biografías que las trivializan pues se sustentan en interpretaciones parciales y hasta fallidas, principalmente porque muy pocos se han dedicado a leer con atención sus obras literarias (o, en el caso de Frida, sus Escritos, publicados por Lumen en 2007). Así que la atribulada vida de Rivas Mercado causa mayor atracción que su obra literaria pues, por si fuera poco, ésta no ha sido publicada en muchísimo tiempo: la última edición que se publicó fue una preparada por Luis Mario Schneider en 1981; edición, que además, hay que decirlo, es muy deficiente pues Schneider mutiló y alteró los originales.
            Otro caso semejante es el de la obra de Xavier Villaurrutia cuyo tomo de sus Obras apareció en 1966, hace exactamente 50 años, tiempo en el que han aparecido otros textos del poeta que muestran su veta como crítico de cine, algunos poemas y epigramas inéditos, y otros ensayos sueltos que en su momento no fueron recogidos en ese tomo. Y lo mismo puede decirse de los tomos de las obras que conocemos de Gilberto Owen en las que faltan la mayoría de las fabulosas cartas de amor que le escribió a Clementina Otero y otros textos que han localizado algunos investigadores, entre ellos, el propio Vicente Quirarte; las de Jaime Torres Bodet, pues las que él mismo compiló como Obras escogidas (Fondo de Cultura Económica, 1961) son apenas un mínimo porcentaje de lo que realmente escribió; o en el caso de Elías Nandino, cuya obra poética aún está por leerse completa.
            A esa lectura parcial y desinformada de la generación vanguardista viene ahora a abonar el reciente libro Los Contemporáneos en El Universal (Fondo de Cultura Económica, 2016) que reúne algunos de los textos que Jorge Cuesta, Salvador Novo, Jaime Torres Bodet y Xavier Villaurrutia publicaron en ese rotativo que en octubre pasado cumplió 100 años de vida periodística. Y es que sucede que, por una parte, la mayoría de los textos reunidos en este libro ya se conocen pues se encuentran compilados, por ejemplo, en las obras de Jorge Cuesta y Jaime Torres Bodet. Y, por otro lado, se hacen muy evidentes los textos faltantes: es el caso de uno de Salvador Novo con el que entró al final de la polémica “La virilidad en la literatura mexicana” (“Algunas verdades acerca de la literatura mexicana actual”, El Universal Ilustrado, 19 de febrero de 1925) o también los textos que el mismo Novo leyó en la apertura y el polémico cierre del Teatro de Ulises (“Cómo se fundó y qué significa El Teatro de Ulises. Una conferencia preliminar de Salvador Novo”, El Universal Ilustrado, 17 de mayo de 1928; y “Punto Final”, El Universal Ilustrado, 14 de junio de 1928, respectivamente). En el caso de los hallazgos, como el caso de un ensayo de Villaurrutia, son tan pocos que se pierden en el monte de paja de lo ya conocido.
Sin embargo, la omisión más grave y notoria en Los Contemporáneos en El Universal sin duda es José Gorostiza. Quirarte, en su extensa presentación, en la que se encuentran parafraseadas algunas líneas de su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, no explica el porqué de esta ausencia tan evidente. Gorostiza debió figurar en este libro por la sencilla razón de que tuvo una columna llamada “Torre de señales” en El Universal Ilustrado entre finales de 1930 y principios de 1931, textos que también ya han sido recogidos por Miguel Capistrán en la Prosa (1969; Conaculta, 1995). La omisión tal vez no sea deliberada pues el gran poeta que ciertamente fue Gorostiza ensombrece su vertiente como crítico puntual y atento a los temas que interesaban a los Contemporáneos (la poesía pura, las novelas poéticas…).
Así, la investigación emprendida para publicar Los Contemporáneos en El Universal hubiera rendido mejores frutos si sirviera para alimentar todas las obras de los integrantes de Contemporáneos en una edición decorosa que los volviera a poner en las librerías y así hacerlos legibles de nuevo. De otra manera, este tipo de libros se convierten en libros totalmente prescindibles.

martes, 28 de febrero de 2017

En movimiento


Oliver Sacks fue un reconocido neurólogo inglés de origen judío. Y, además, era gay. Murió hace dos años, luego de publicar un artículo en The New York Times en el que anunciaba que padecía cáncer terminal, por fortuna, antes de enterarse le había acabado de escribir sus memorias, En movimiento (editorial Anagrama, 2015). En este libro Oliver Sacks cuenta muchos aspectos de su vida como hijo menor de una familia de judíos practicantes, como médico, como escritor de obras de divulgación científica, pero también sobre su vida como homosexual en unos tiempos en que no había tantas libertades para las minorías sexuales.

La primera pared con que se topó Oliver Sacks al confesarle a su familia que era gay fue su propia madre quien, citándole unos versículos de la Biblia, le contestó: “Eres una abominación”. Y desde entonces Sacks cargó con esa culpa, por eso no debe extrañar que en una ocasión confiese que llevaba 35 años sin tener relaciones sexuales. Oliver Sacks nació en 1933, de manera que en los años cincuenta y sesenta, en su plena juventud y con los deseos sexuales a flor de piel, podría pensarse que los vivió plenamente pero he aquí que todavía en esa época la homosexualidad era ilegal en Inglaterra, según una ley bajo la que habían sido condenados Oscar Wilde y el matemático Alan Turing, así que esa fue otra barrera en contra de su sexualidad.

Aunque en la foto de portada (y en otras de los interiores) se le ve guapo y masculino, montado en una motocicleta, vestido con jeans y chamarra de cuero, al estilo de James Dean, en realidad Oliver Sacks confiesa que era demasiado tímido. De allí que también que sus relaciones amorosas no fueran nada satisfactorias: primero se enamoró de un amigo heterosexual, al que le confesó sus sentimientos pero éste le contestó que no era como él; y lo mismo sucedió con otro chico junto con el que hacía deporte. No sólo vivió insatisfecho su sexualidad sino que además sus relaciones amorosas nunca se consolidaron. Sólo al final de su vida, según cuenta en otro librito, De gratitud (editorial Anagrama, 2016), mantuvo una relación con el escritor Bill Hayes.

Las pasiones de Oliver Sacks fueron otras, como su afición a las motocicletas y a los viajes montado en ellas, viajes en los que conoció a gente muy pintoresca y por los cuales se mantenía “en movimiento”, es decir, vivo; y sus éxitos se dieron en su rama: la neurología, al grado de que la reina Isabel II lo condecoró como Comandante de la Orden del Imperio Británico. E, incluso, uno de sus libros, Despertares, fue adaptado al cine y protagonizado por Robin Williams y Robert De Niro. La parte íntima puede ser incompleta pero al menos en la profesional, Oliver Sacks fue una eminencia.

sábado, 25 de febrero de 2017

Negros que se caen de azules


El protagonista de Moonlight (dir. Barry Jenkins, 2016) pertenece a una minoría dentro de otra minoría: es un hombre gay y además afroamericano, por si fuera poco, es criado por una madre drogadicta en un suburbio empobrecido de Miami. Este filme es un crudo drama divido en tres partes que corresponden a tres etapas de la atormentada vida de Chiron: de niño, cuando lo apodaban “Pequeño” por indefenso, el que no se sabía defender de los demás y vive casi en el abandono familiar; ya adolescente, es llamado por su nombre pero tiene que soportar el ambiente hostil de los gandules de su escuela; finalmente, en la madurez es Black y cambia radicalmente, ahora es de apariencia ruda para poder sobrevivir en un ambiente rodeado de violencia, donde se impone el más fuerte aunque únicamente sea en el aspecto. Pero si se vuelve musculoso sólo es para esconder mejor sus sentimientos pues en el fondo lo siguen atormentando, sigue siendo el niño débil, el mismo muchacho que era acosado por sus compañeros de escuela y que ahora no se atreve a confesarle a su amigo la verdadera razón por la que ha ido a buscarlo.

Esta película está basada en la obra de teatro de Tarrell Alvin McCraney, Moonlight Black Boys Look Blue, y fue adaptada por el propio director para llevarla a la pantalla grande. Chiron encuentra a un protector en Juan, un hombre de origen cubano de aspecto monumental comparado con el pequeño y tímido niño, y es él quien le cuenta que una noche al salir corriendo alguien le dijo: “Con la luz de la luna los negros se ven azules”, de manera que para seguir con el tono poético del título original se puede parafrasear al poeta Carlos Pellicer y decir que hay negros que se caen de azules. Chiron también quisiera huir corriendo sin dirección toda la noche pero con tantos atavismos a cuestas su destino parece marcado.

Juan no sólo es su protector y consejero en los aspectos más íntimos de la vida, también es el sustituto de un padre de quien nunca se explica su desaparición, sólo se asume que hay una figura paterna ausente pero de la que nunca se ven fotos ni se presentan ecos a lo largo del filme. Junto con Juan está su amante, Teresa, quien no pocas veces asume el papel de una segunda madre del niño callado y melancólico. Ambos sacan poco a poco a Chiron de su autismo, le dan lo que no puede encontrar en ningún otro lado (consejos, orientación, seguridad y hasta un refugio una noche en que su madre le pide no estar en casa) y así encuentra la familia que ya ha quedado muy claro que no tiene. Lo único que Chiron necesita es sentirse querido pero sobre todo a alguien que lo proteja de las hostilidades del mundo: en una escena llena de simbolismos y por lo tanto muy significativa, Chiron se protege tras un enrejado de la escuela para no salir al patio donde deberá enfrentarse con un compañero que lo ha retado a liarse a golpes, acto seguido aparece su amigo Kevin para contarle una anécdota sexual. En Kevin también buscará esa protección y con él tiene su primera y única experiencia homoerótica realmente placentera al grado de sacarle una de sus pocas sonrisas y de tener un par de sueños húmedos. Sin padres, sin Juan y sin Teresa, será a Kevin a quien finalmente recurrirá en una larga y desolada escena final de silencios incómodos, miradas tristes y llena de tensión sexual.

Chiron crece en un entorno social con muchas limitantes, donde las oportunidades de crecimiento son pocas: Kevin sólo puede convertirse en un buen cocinero luego de salir de la cárcel (como se sabe, los afroamericanos representan el mayor porcentaje poblacional en las cárceles de Estados Unidos). Y también Chiron es encarcelado, en su caso al salir sólo aspiró a ser lo que era Juan: un narcotraficante. Así, entre la violencia, las drogas, los padres prácticamente anulados, la pobreza, el acoso y la exclusión lo llevan a ser inseguro, reservado pero, sobre todo, a autoreprimirse sexualmente. El espectador no puede ser indiferente a toda esa avalancha emocional, tampoco puede ser ajeno a los profundos sentimientos del protagonista pues si algo consigue hacer una película tan estrujante como Moonlight es que haya esa calidad de empatía con el otro.

Además de múltiples reconocimientos y excelentes críticas que ha recibido, Moonlight ganó el Globo de Oro como Mejor Película Dramática y ahora está nominada a varios Oscar incluidas categorías tan codiciadas como Mejor Película, Mejor Actor de Reparto así como en otras seis categorías, y de esa manera se ha impuesto como una seria rival de La la land. Después de las severas críticas a una entrega pasada en la que no hubo ninguna nominación para una película o actor de raza negra y por lo cual se le calificó como “Oscar so white”, la próxima ceremonia del 26 de febrero será una reivindicación con la comunidad afroamericana (también está nominado al Oscar un documental sobre el escritor James Baldwin, I am not your negro). En el caso de Mashehala Alí, quien interpreta a Juan, está nominado como mejor actor de reparto y busca el ansiado Oscar para catapultar su carrera, como le sucedió a otros actores en papeles catárticos que tanto le gusta premiar a Hollywood (y si son gays, mucho mejor): es el caso de Tom Hanks con Filadelfia, Hillary Swank con The boys don cry, Heath Ledger con Brokeback Mountain, Sean Penn con Milk, Philip Seymour Hoffman con Capote

Otro gran mérito de Moonlight es contrarrestar el blanqueo (“whitewash”, como lo llaman en inglés) en las películas gays, es decir, cintas que son protagonizadas por actores blancos en papeles de hombres gays, como sucedió en la polémica Stonewall (dir. Roland Emmerich, 2015), donde se crean personajes ficticios para desplazar a los gays de color y los travestis latinos que realmente iniciaron en 1969 la célebre revuelta de Stonewall Inn del Greenwich Village neoyorquino, suceso que dio pie a las Marchas del Orgullo Gay. Además, el poderoso mensaje de esta película tiene una enorme vigencia si se piensa en los constantes ataques policiacos a la comunidad afroamericana en Estados Unidos que, por lo que se vislumbra, se intensificarán con la supremacía blanca que representa Donald Trump y su gabinete “so white”.